Esta leyenda se refiere a un albañil en paro que fue contratado, ya caída la tarde, en la Plaza Vieja, (Actual Plaza de S. Francisco)donde en los siglos XIX y XX se concentraban a diario, los jornaleros y trabajadores en paro, al cobijo de los soportales de Correos y de las viejas carnicerías.
Al albañil en cuestión le vendaron los ojos y antes de llegar al lugar en el que debería realizar el arreglo, le hicieron callejear para despistarle y que no reconociera el lugar a donde lo llevaban.
Cuando al fin se puso manos a la obra, su susto fue mayúsculo al encontrarse con que tenía que levantar una pared para tapar un hueco en el que se encontraba un cadáver, mientras tañían las campanas de una iglesia próxima.
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