Según el mito, cuya primera referencia escrita data de 1628, en una cueva junto a la fuente de la Magdalena apareció un lagarto de grandes dimensiones, que atemorizaba a la gente y (dependiendo de la versión) se comía a quien iba a por agua o a las ovejas de los alrededores. Los vecinos de la Magdalena, asustados, no se atrevían a salir al manantial, por lo que buscaron una solución al problema del lagarto.
En este punto, la leyenda se diversifica, habiendo tres versiones distintas de la muerte del reptil:
El caballero y los espejos
Los vecinos fueron a pedir ayuda a un guerrero, que se atavió para la ocasión con una armadura hecha de espejos. Al acercarse al animal, el Sol reflejado en los cristales cegó al lagarto. El caballero aprovechó ese momento para atravesar al monstruo con su espada.
Esta versión del mito, parece copiada de la leyenda valenciana del dragón del Patriarca y es la menos arraigada en Jaén.
El preso y los panes
Un preso condenado a muerte solicitó su amnistía a cambio de matar al lagarto. Tal era la desesperación de los vecinos que se le concedió la oportunidad de intentarlo. Para ello, solicitó un caballo, un costal de panes calientes y un saco con pólvora. Por la noche, el preso se presentó junto a la cueva y fue dejando una hilera de panes. El animal se despertó y se los fue comiendo tras el preso, que continuaba lanzando panes mientras huía a caballo. Al llegar a la plaza de San Ildefonso, en lugar de un pan le lanzó el saco de pólvora, que el animal devoró del mismo modo y, acto seguido, explotó.
Según estudiosos del tema como Alfredo Cazabán y Juan Eslava Galán, esta versión es la más verosímil de las tres, ya que en la Iglesia de San Ildefonso durante mucho tiempo se expuso una piel de reptil, seguramente de un caimán, sobre la que más tarde se pintó un retrato de San Cristóbal con el niño Jesús a hombros.
El pastor y la piel de oveja
Un pastor, harto de que el lagarto se comiera a sus ovejas, ideó una treta para acabar con el lagarto. Tomó a una de sus ovejas y la mató, sacándole parte de la carne y rellenando el pellejo con yesca encendida. El reptil, al oler el cordero ensangrentado, lo engulló y murió al abrasarle la yesca las entrañas.
Esta versión es la más representada y popular. Sin embargo, a veces se mezcla con la segunda, cambiando la yesca por pólvora, o al contrario, insertando el detalle de la piel del cordero en la versión del preso. En cualquier caso, estas dos últimas versiones conviven en la sabiduría popular y alimentan el dicho de reventar como el lagarto de Jaén.
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